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sábado, 23 de mayo de 2009

Solo en el 45 (continuación de "Y a mitad del camino...")

Como en toda sociedad ocurre: “mientras sea el vulgo el que muere, no se mueve un dedo”. Muy gracioso como todo ocurre, que en estos días, los cachorros se manejan como lo alto de la sociedad del km 45 (así es como nos referiremos al pueblo de ahora en adelante). Porque, afrontémoslo: toda sociedad se divide en clases sociales, cada uno se maneja por su lado, ya sea la metrópoli cultural o el pueblo de la discordia. Así es como en estos días, la mejor discoteca en el km 45 es frecuentada por los cachorros. Si salimos al mejor lugar de comidas, nos encontramos con los cachorros. Y pobre del que se atreva a mirarlos mal. A ellos no les importa, quién seas ni de quién te rodees para emitir un juicio de valor acompañado de una carismática balita.
En el principio de los días de “los cachorros”, como los “populares” del 45, todo se daba con tranquilidad. Hablamos de los años noventa, años en los que aún era posible vivir tranquilos. Claro, en ese tiempo se tenía miedo del “suco”, el drogadicto del pueblo que andaba armado por las calles, matando a sus enemigos. También se conocía del “chinto papayo”, el enfermo mental que caminaba por las calles del 45 con látigo en mano, pidiendo comida y consiguiéndola a las buenas o a las malas (latigazos). Esos eran los miedos en esos días. Esto se daba gracias a que los “profesionales” (porque para ellos, matar es una profesión), enfrentaban un gran reto en el pueblo/cantón: “otros profesionales” que se hacían llamar como “los puppies”. En fin, los cachorros y los puppies, a resumidas cuentas, se exterminaban los unos a los otros. Esa era una de las razones por las que no se sabía de ellos en esos tiempos, todos tenían miedo de exponerse, ambos bandos, puesto que el rato menos esperado les podía caer el balazo y la muerte. Todo se daba con tranquilidad en la “urbe”. Entre ellos se exterminaban. Está demás decir que el término “exterminar” calza perfectamente en este relato. Se mataban entre ellos y la paz en el 45 se palpaba. Eso fue hasta el día en que el último de los puppies murió. Este evento fue uno de los más inverosímiles cuentos que haya escuchado. De la talla de la producción Hollywoodense, fue un hecho que la CNN no dejó pasar. En los muchos encuentros de “los profesionales”, el último para ser honestos a la verdad, “the last puppy standing” murió en manos de los cachorros. Como es costumbre, su familia al día siguiente ofreció un velorio en casa de los padres del difunto, quién sería nuestra última esperanza. En casa de los padres del ultimo puppy, toda la familia (que no se dedicaba al negocio) y varios amigos cercanos, se congregaron. Todo transcurría con la debida tranquilidad del caso. Dieron las once de la noche cuando ocurrió lo jamás antes ocurrido y esperado. La pandilla de los cachorros, llegaron al velorio. Cualquiera pensaría que su cometido esa noche, era rendir un pequeño homenaje a quien fuera el último hombre de su grupo némesis. No fue así. Esa noche, entraron a casa de los padres del puppy que estaba siendo velado y gritando, sacaron de la casa a la mayoría de las personas que asistieron esa noche al velorio. Dentro de ella, quedaron estupefactos, la madre del difunto, su sobrina, dos amigos cercanos y su tío. En el centro de la sala estaba el ataúd. Se dirigieron hacia él, y lo voltearon, dejando caer al último puppy sobre el piso. Viendo esto el tío del difunto, dijo sin pensar en las consecuencias: “por favor, respeten al muerto”. Ante esto, los cachorros le apuntaron con el arma y después de tres tiros a quemarropa, el tío pasó a ser parte de los velados aquella noche. No bastando con eso, apuntaron a cada una de las personas dentro de la habitación y dispararon sin contemplaciones. Ya no era uno el muerto. Ya no estaba solo, en el centro de la sala sobre el piso. Después de haber matado al resto de personas (cabe recalcar que dentro de ese grupo estaba su mamá, una señora de avanzada edad, y su sobrina, una niña de no más de diez años), se dirigieron nuevamente al principal inculpado aquella noche. Sobre el piso, rodeado del grupo de los cachorros, el último de los puppies recibió una sinfonía de disparos que aseguraban su muerte. Nunca se supo si ese fue algún tipo de ritual o más bien fue la confirmación de emoción de los cachorros, de su libertad y próximo gobierno sobre el km 45, pero si se supo que fue uno de los hechos más increíbles jamás ocurridos en el pueblo.
Los días pasan y personas siguen muriendo. Nadie puede hacer nada. Todos quieren vivir. Estos son hechos reales, actuales. Nombres y lugares han sido cambiados para prevalecer muchas vidas más. Todo es una verdadera incertidumbre. Lo único de lo que estoy seguro es que todo pasa en el km 45.

viernes, 22 de mayo de 2009

Y a mitad del camino...

“Eres mi pana, pero este es mi trabajo, así que hoy mueres”. Esas fueron las palabras de uno de los miembros de “los cachorros”, el día en que Pastor Benavides, después de su mejor juego de cuarenta, lanzara su carta final. Ese día Pastor, salió muy temprano de su casa, se despidió de su esposa con un beso en la frente, mientras ella dormía; probablemente pasaba por uno de sus acostumbrados sueños de la madrugada. En pueblos como este, es muy acostumbrado salir de casa a mitad de la madrugada para poder encontrar buenos productos en el mercado. Así “Tocarro” como lo llamaban en el pueblo, salió de su casa antes de que amaneciera sin pensar lo que se le avenía. Camino al mercado se encontró con su grupo de guitarreadas y serenatas, en una de las tienditas del barrio. Se sentó para hacerles compañía por un rato, mientras ellos terminaban una de las cuantas botellas de alcohol que habían bebido a lo largo de la noche. Jugando cuarenta, se la pasó alrededor de una hora conversando con sus amigos; aún no daban las cinco de la mañana. “Pégate un trago compadre”, le dijo uno de sus amigos y compañeros de guitarreadas, a lo que él respondió con uno de los únicos gestos aceptados cuando no se quiere beber: “la venia”. Pasaron los minutos y todo se daba con calma. “Treinta y ocho que no juega” exclamó uno de los participantes del cuarenta. El juego estaba a punto de acabarse. Era el turno de Tocarro para darle fin al juego. De repente se escuchó un carro a lo lejos, parecía que huía de algo por la prisa que llevaba. Ya todos sabían que ese carro pertenecía a los cachorros, puesto que el único Ford Explorer verde deteriorado del pueblo, era el de ellos. Todos pensaron que había problemas, pero nunca supieron que los problemas iban en busca de guitarreadas. Frenaron “a raya” frente a la tiendita, se bajaron dos de los cinco que estaban en el carro. Uno apuntó al compañero de juego de Tocarro, mientras el otro apuntaba al primero que intente hacer el mínimo movimiento. El compañero de Tocarro era el trabajo de la noche. Tocarro por considerarse “amigo” o por lo menos “conocido” (lo que hasta ese día garantizaba protección de la pandilla), intentó levantarse mientras se dirigía a “gatuzo”, uno de los miembros de la pandilla: “Oye gatuzo, deja a mi compadre tranquilo que él no te ha hecho nada”. Nada fue suficiente para evitar dos lamentables muertes aquella madrugada de Abril del 2007.